Libros, Casas y bonobos

“Printed books, the most important artifacts of human civilization, are going to join the newspapers and magazines on the road the obsolence”. Jackob Weinberg, Editor de Neewsweek

“OK: Philistinism (destroying bks bec you don’t care abt bks) is not fascism (destroying bks bec. you DO care). But both destroy books”. Salman Rushdie, via Twitter

   Los libros de papel, los míos, son fetiches baratos, fáciles de conseguir. Si, como asevera Weinberg, o como sugiere Rushdie (a quién Twitter hace todavía más insoportable), además de frágiles y pesados, los libros son objetos moribundos, o ya muertos, ¿por qué no los puedo dejar atrás? En esto pensaba no hace mucho, en la última de las ya innumerables mudanzas verticales y diagonales, de pueblo, de ciudad y de país, en las que el inventario de lo que se lleva se va reduciendo y alivianando, hasta llegar a la carga mínima que comprende seres vivos y objetos imprescindibles. Mientras embolsaba los pequeños dinousarios de papel, me encontré con un recorte de diario donde Fabián Casas decía lo siguiente: “El libro es como tocar una mujer: yo al libro lo tengo que tocar, lo tengo que acariciar, lo tengo que oler, me gusta verlo, cómo pega la luz en el libro, como lo subrayo. Si el libro como objeto físico desaparece, es porque nuestra civilización está completamente aniquilada”. Es imposible no estar de acuerdo con esta visión entre amorosa y apocalíptica del objeto libro. Para Casas, el carácter del libro como artefacto trascendente se manifiesta en su dualidad de objeto bello, táctil, como fetiche sensual, y en su carácter simbólico de vehículo ideal de transporte a otras vidas, geografías y tiempos a través de la lectura. Es difícil imaginar a alguien decir algo semejante de su Kindle hoy, aunque quizás si lo haremos mañana. Pero ¿por qué razón todas las generaciones desde el pasado milenario hasta la actual, libro de papel y lectura son dos partículas básicamente indivisibles que hacen a una forma de experiencia de placer humano?

   Las respuestas a este tipo de cuestiones, que se emparentan con preguntas como ¿que es lo humano? o ¿por qué somos como somos?, las encontramos hoy en el territorio donde se está haciendo la revolución: las neurociencias. Y estas respuestas están bosquejadas, a veces en la forma de conjeturas fascinantes, en libros iluminadores como “How pleasure Works-the new science of why we like what we like”, de Paul Bloom. El punto central de Bloom, psicólogo de Yale University, es simple: la busqueda de placer en objetos (como el libro de papel) y en personas está en nuestros genes; es uno más de los mecanismos animales de adaptación al medio. Magistralmente, entretejiendo anécdotas divertidas con experimentos de psicología y neurobiología (incluyendo niños, monos bonobos y seres humanos adultos que le ponen precio a un sweater que podría haber sido usado, o no, por George Clooney), Bloom describe que los placeres exclusivamente humanos, como el arte, la música, la ficción, el masoquismo y la religión, así como lo placeres que compartimos con otros animales, como el sexo y la comida, son instintivos y, además, son universales. Bloom explica esta búsqueda diaria y natural del placer en los objetos, y en nuestras relaciones con ellos, con una nueva teoria anclada en la evolución darwiniana que denomina Esencialismo.

   Vivimos la mayor parte de nuestras vidas buscando esencias en seres y objetos para poder después atraparlos, absorberlos y hacerlos parte de nuestra experiencia. El ritual de atesorar libros, abrirlos y absorber sus voces deriva de aspectos puramente animales emparentados con una vasta serie de mecanismos biológicos que benefician nuestra existencia. Según Bloom, el esencialismo es parte de un mismo mecanismo neurobiológico, creado y afinado por la evolución, que se manifiesta no solo en coleccionistas de objetos, de memorabilia de las celebridades, sino también en los fans de la pornografía y en aquellos lectores vampiros o practicantes del canibalismo. Algún otro día daremos mas detalles sobre estas interesantes actividades esencialistas.

   Los experimentos descriptos por Bloom sugieren que aún los objetos mas mundanos tienen su historia y esa es precisamente su esencia. Pero estos objetos deben ser los originales, no los sustitutos o copias. Y en alguno de esos objetos-mis libros, el autógrafo o alguna pertenencia de una celebridad, o la fotografía de algún ser querido-su esencia es nuestra fuente de placer. De acuerdo a Bloom, somos esencialistas por entrenamiento cultural pero, mas aún, porque somos primates. La búsqueda de la esencia que lleva a la obtención de placer está presente ya en los niños menores de dos años, previamente al aprendizaje de los marcos y referencias culturales, y en sus pares en cuanto desarrollo neurológico, los simios bonobos. Ambos le dan un valor especial a las cosas según el valor oculto que poseen y las historias que contienen. Un juguete viejo y querido no puede ser reemplazado por uno exactamente igual pero nuevo, es decir, sin la esencia que le otorga la historia. Este comportamiento que está codificado en nuestros genes, y que es afinado por el contacto social y cultural, nos ha ayudado a sobrevivir, nos ha hecho evolucionar y, entonces, nos ha permitido poder sobrevivir mejor y más facilmente. Esta forma de esencialismo se manifiesta en los monitos bonobos o en los que se aferran a su juguete preferido, como el bibliófilo amateur que se aferra a sus libros preferidos y los arrastra de un lado para otro.

   Mis libros contienen sus relatos, ficcionales o no, escritos dentro de ellos, pero también tienen mi historia con ellos-cuando los lei, cómo marcaron mi pensamiento y mis emociones, quienes me los regalaron, con quienes compartí la historia, etc. Este mecanismo esencialista explica por qué alguno de estos objetos pueden darnos placer intenso y duradero. Las personas también tienen su esencia, su valor en sus historias. Por eso nos damos también a formas de canibalismo nominal, como el beso, o literal, de cuchillo y tenedor, como hasta no hace mucho ocurríia con los viejos muertos en algunas tribus de Nueva Guinea. Si la imitación es la forma más sincera de admiración, comerse literaria, o literalmente, a alguien es su muestra más elevada. Pongamos otra vez a Fabián Casas de ejemplo: seguramente aquel escriba exaltado que propuso merendarse a Casas no lo sabe, y no querrá saberlo, pero está demostrando cabalmente la fuerza irresistible del esencialismo humano.

   La esencia invisible de los libros, u otros objetos de arte, también reside en el valor implicito en la creación, que van más lejos que la historia de su creador. Alimentan el principal motor y el principal educador de nuestra existencia: la imaginación. Leyendo el libro de Paul Bloom entendemos que el atesoramiento de los papiros antes, de los libros hoy, y de los e-books de mañana, y de la lectura, como de otros fenómenos de nuestra búsqueda de placer y de trascendencia, son partes de un ritual para aprender del mundo a través de la curiosidad y la imaginación. Con los libros como instrumentos, y con todos los demás elementos que nutren la imaginación, se nos permite alcanzar ciertas formas de placer trascendente que nos facilita la conexión con una realidad más profunda y, sobre todo, nos ayuda a comprenderla mejor.

   Este poder de la imaginación para crear otros mundos impalpables está presente desde nuestra edad más temprana. Paul Bloom finaliza su libro con una historia escuchada al conocido pedagogo Ken Robinson sobre un intercambio entre una niña de seis años y su maestra. La chiquita estaba sentada en su pupitre, con los brazos arqueados alrededor de una hoja de papel, absorta en su dibujo. La maestra esperó media hora y fue a preguntarle que estaba dibujando. La nena dijo-“estoy dibujando el rostro de Dios”. La maestra se sorprendió con la respuesta y dijo-“pero nadie conoce como es el rostro de Dios”. La nena, sin levantar los ojos del papel dijo-“Lo sé, pero todos lo conocerán en un minuto”.